viernes, 18 de junio de 2010

No hay deuda que no se pague (capítulo 2).

Una fuerte tormenta retrasó el vuelo con destino a Phillie, por lo que perdía también la conexión con el viaje a Barcelona. Ahora, cuando en su apartamento diesen la voz de alarma para avisar de que alguien había escapado de su “celda”, estaría expuesto a las autoridades americanas, a las que a través de su trabajo en los Estados Unidos, el periodismo, había conocida y creía muy capaz de retenerlo en el país por los $ 600 de renta de los que había escapado.

Era una contrarreloj y Palomo aguardaba expectante una llamada al celular de algún chupamedias de sus ex apartamentos advirtiéndole de lo que había hecho y de que irían a denunciarlo.

A Palomo no le importó que la agencia de vuelos le ofreciera el mismo paquete para regresar a España el día siguiente. Tenía que salir sino del país, al menos del estado de Carolina del Norte cuanto antes.

No le importaba que el aeropuerto de Philadelphia pudiese no abrir por la noche, algo que felizmente no se contempló, y tuvo que distraer a su madre diciéndole que era imposible que le dejasen dinero para dormir en un hotel, que no había manera. Si que la había, pero el joven también dejaba en los Estados Unidos una cuenta bancaria con $ 100 dólares al descubierto, por lo que no había manera de sacar dinero a través de una transferencia generosa de la matriarca.

Era algo que tampoco le pesaba mucho en la conciencia, pues no había que convencer a la conciencia de que hacerle la trampilla a un banco era algo desleal. Ladrón de ladrones, dueño de dueños, ya le pagaría cuando llegue la hora.

Así que montó dos horas más tarde, cuando lo permitió la tormenta, en el avión hacia Philadeplhia. Como si allá fuese más difícil de localizar. Durante toda la espera sintió como si estuviera atracando un banco y fuese a llegar de un momento a otro la policía.

Aterrizó, curiosamente, en la primera ciudad de los Estados Unidos que había pisado justo hacía 7 meses, a las 6:55 pm. El próximo avión a Barcelona salía a las 24 horas. A Palomo casi no le preocupaba las incomodidades propias de dormir sobre el suelo de un aeropuerto, con la mochila haciendo de almohada traicionera y acompañado de un sopor casi inaguantable.

Sólo el libro de Vargas Llosa que también había birlado a su jefe, aunque esta fechoría la pensaba reparar nada más llegar a España, y su portátil recién comprado le harían olvidarse de su verdadera preocupación. Que no le dejaran montar en el avión al día siguiente porque le habían denunciado por impago.

El joven prefirió apagar el celular, para que no le avisasen de que iban a por él. Pasó la noche estoicamente. Leyó de pé a pá las 400 páginas de La Tía Julia y el Escribidor, por eso esas ganas locas de escribir que le entrarían luego y durmió unas horas. Al despertar se dio cuenta de que lo que parecía un lugar cómodo en la madrugada le había destrozado el cuerpo.

Casi olvidado del asunto de la huída, al que quizá le había dado demasiada importancia, total, ya rendiría cuentas desde España la empresa que rentaba los apartamentos con él, sacó su portátil y se puso a escribir una historia. Un cuento sobre un chico que se marchaba ansioso de un país donde lo pasó bien pero se sintió sólo y que al montar en el último avión de regreso a casa un par de agentes le cogía del hombro y le decían: Mr. Palomo? Could you follow us please?

Cagarían al joven desengañado como al protagonista de su cuento autobiográfico? Si bien no había cometido un crimen, podrían las autoridades del país denegarle la salida por esta fechoría?Eran las 8:25 am, en 10 horas y 20 minutos lo vería.

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